Después de que la vida me tiró contra el suelo con el resultado que obtuve con Esteban, empezaba a enfrentar la realidad que había tratado de evitar, mi divorcio con Alan. Hoy que lo pienso, lo evitaba porque necesitaba convencerme de que estaba haciendo lo correcto, adicional porque me faltaron tetas y madurez para asumir con la frente en alto mi decisión, que con el tiempo entendí que no fue solo mía, porque si bien Alan nunca dijo “quiero el divorcio” sus actos no estaban diciendo lo contrarío tampoco. Creí que sería fácil, que estaría siempre con “amigos”, que Esteban se perdería de amor por mí y que mi nuevo comienzo fluiría con facilidad.

Pero la realidad y el pasar de los días me fueron mostrando otra cosa; mi círculo social empezó a cerrarse cada vez más -lo cual hoy en día agradezco- pero reconozco que me costó mucho entenderlo y superarlo, sobre todo entender que ellos también tenían una vida y que por más que quisieran no podían estar conmigo 24/7, pero yo me tenía tan poco amor que detestaba estar conmigo, así que era una absorbente de mierda y los quería tener todo el tiempo conmigo aguantando la tusa. Ya no era tan fácil mantener una casa (ecónomicamente hablando) por mí misma y más con el manejo que en ese tiempo yo le daba a mis finanzas. La soledad en las noches, algunos conocidos juzgándome sin conocer las dos versiones; en la agencia, obvio yo era la perra del paseo y Alan era una pobre víctima en manos de una bruja como yo. Pasé a compartir solo fines de semana intermedios con Ana y el fin de semana correspondiente, alistar su maletita para que su papá la recogiera y así, miles de detalles más que empecé a enfrentar con los ojos abiertos, pues ya se había caído la venda.

Siendo muy honesta, creo que pensé que Alan volvería y que ahí estaría yo para recibirlo y volverlo a intentar. Recuerdo que una practicante de la agencia me dijo un día “no te preocupes, ustedes están hechos el uno para el otro y van a estar juntos de nuevo, mis padres estuvieron separados por 9 años y míralos ahora, ahí están juntos” y creo que eso me hizo pensar que podrían existir millones de posibilidades de volver, pero no estábamos ni cerca, al contrario, cada vez más lejos. Hablábamos muy poco, yo no sabía mucho de él porque ya ni siquiera trabajamos en el mismo lugar y cuando casualmente escribía era única y exclusivamente para hablar de Ana y a qué hora la recogería el sábado que le correspondía, nos hablábamos mutuamente con rabia, un toque de dolor y unas cuantas cucharadas de indignación mezcladas con orgullo, ya ni siquiera nos mirábamos a los ojos. Los días iban pasando, Alan cada vez menos mío (si es que algún día lo fue) y lo que ahora puedo identificar como depresión, iba haciendo lo suyo conmigo mientras que yo tampoco ponía de mi parte.

Me sentía muy pero muy sola, nada me motivaba y si lo lograba, la motivación duraba dos días. Solo me preguntaba “¿a dónde se había ido el amor tan grande que nos teníamos?”, cada vez que lo veía y/o hablaba con él, era un dolor inexplicable porque no era solo su indiferencia sino su cinismo. Jamás había visto eso en él, lo veía tan “perfecto” tan “educado” tan “amoroso” que no me había dado cuenta que su descaro y cinismo no tenían límites… unos días antes de que lo despidieran de la agencia, me insinuó que continuáramos con nuestro matrimonio para que su imagen y su carrera allí no se derrumbara ya que el 70% de las razones por las que había sido ascendido un año atrás, después de casi 9 años de estar trabajando allí, fue que las directivas empezaron a ver un Alan, padre de familia, hombre de hogar, responsable y maduro, entonces claramente no le convenía. Este man era – aún lo es – tan pero tan cínico, que cada vez que salía algún comentario o chisme alrededor de todo el tema de las traiciones, su relación con la niñita aquella, entre otras cosas, él no tenía ningún inconveniente en negarme lo evidente, culparme a mí o reírse en mi cara; no olviden lo que respondió cuando Omar le preguntó que quién carajos era la vieja de la foto que me enviaron (capítulo 7).

Aunque no sé que me dolía más, si su cinismo o su indiferencia; mientras yo no me ayudaba ni un poquito sintiendo lástima de mi misma, a él yo lo veía super enfocado, había rentado un apartamento cerca a donde viviendo yo, incluso de la ventana de mi habitación se veía su apartamento y eso también me estaba matando, porque me daba látigo en las noches viendo si estaba o no, pidiendo al cielo que me pidiera que empezáramos de nuevo, desde 0, que sí se podía, -que tormento y que falta de amor propio el mío tan enorme-. Si ese apartamento hablara, sería mi testigo de todo el dolor al que me enfrenté porque aprender a vivir contigo misma, a amar la soledad y amarte a ti misma, no es un proceso nada sencillo, o por lo menos para mi, no lo fue.

Me seguía perdiendo, ya no me reconocía, no quería levantarme de la cama, nada era un motivo para mí, ni mi incondicional Helenita, ni mi hermosa Ana que siempre tenía una sonrisa para mi. Trabajaba con Vero desde el apartamento, iba a su agencia 2 o 3 veces a la semana y adicional estaba empezando con una tienda virtual de accesorios a la cual le empezaba a ir bien, pero como yo no estaba para nada enfocada en lo bueno que me pasaba, solo miraba que el dinero no alcanzaba, que cada vez estaba más gorda, más vieja, más sola y más aburrida de vivir.

Lo extrañaba en todo momento, en las cosas más mínimas, nuestra vida juntos, los pequeños momentos junto a Ana, hasta la puta rutina me hacía falta y buscaba la manera de culparme a mí, empecé a justificar sus errores y a transformar sus defectos en cualidades, todo para llenarme de motivos y convencerme de correr a buscarlo y decirle “Alan, nos amamos, tenemos una hija del putas, quiero mi vida a tu lado, bla bla bla” porque me estaba volviendo loca preguntándome ¿por qué putas él no lo hacía? ¿cuándo lo pensaba hacer? ¿a dónde se fue el amor? ¿ya me separé y ahora pa’ donde carajos cojo?

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