Conozco a Fernanda desde pequeñas porque Helenita es su madrina de bautizo, ella es mayor que yo como 4 o 5 años y nunca fuimos amigas pero tampoco enemigas, de esas conocidas que nos saludamos, nos vemos en alguna que otra reunión familiar y ya, nada de confianza o amistad, pero conozco su historia porque su mamá y Helenita me mantenían al tanto sin yo preguntar. Ella estudió en colegio de monjas y desde noveno grado, se cuadró con un chico al que conoció en un encuentro de colegios católicos, porque él estudiaba en colegio másculino; intercambiaron números de teléfono y que tales y la relación de colegio, fluyó. Como condición por parte de los papás de Fernanda, se veían los fines de semana y amaban a este chino, un peladito de casa, de familia honesta, bla bla bla.
La relación traspasó el tiempo y del colegio, la cosa pasó a la universidad y Juan Carlos se convirtió en el consentido de la familia, si me preguntan, un man común y corriente, serio, altísimo y muy trabajador – yo solo pensaba, bien por Fernanda con su relación super estable y ya porque me daba igual – pero la cosa se puso buena, fue cuando la universidad terminó y la pareja consentida de la familia decidió casarse… espectacular! la mamá de Fernanda y Helenita se dedicaron a bordar a mano su vestido, lleno de mostacilla y vainitas brillantes, la boda de 200 invitados, todos mega entusiasmados porque la “princesa de la casa” había quedado en manos del mejor hombre que cualquier mamá podría pedir para su hija.
Ella trabajaba en un banco al igual que él, pero en sucursales diferentes, y este man, super enfocado en hacer dinero, empezó a hacer negocios alternos a su trabajo, prestaba dinero con intereses, empezó a asociarse con gente del campo para vender las cosechas de productos en el día a día de las plazas de mercado, entonces era super bueno, porque el man empezaba desde las 4 a.m., prestaba el dinero a las personas que necesitaban comprar mercancía para vender durante el día, y a las 4:00 p.m. las personas le devolvían el dinero más los intereses – negocio redondo – y así pasaron los meses, compraron su primer apartamento, su carro y de repente, boom! Fernanda embarazada, más motivos para seguir trabajando fuertemente y hacer crecer el capital de la familia.
A Fernanda se le empezaron a subir los intereses que el esposo ganaba, a la cabeza y decidió renunciar, porque si a él le iba tan bien, pa’ que trabajar – bruta -, se dedicó a la niña y a esperar en las tardes a que su esposo llegara del trabajo para que salieran a buscar algo para comer; adicional, los fines de semana a ver cuál era el destino del paseo dominguero, porque quedarse en el apartamento, jamás!.
El negocio iba viento en popa, así que Juan Carlos, decidió renunciar al banco, colocar su propio negocio de casa de cambio y con la ayuda intermitente de su esposa, empezó su exitoso emprendimiento que con tan solo unos años después, se convirtió en una sólida empresa de cambios de divisas con más de cinco sucursales en la ciudad. Pero detrás de esa estabilidad ecónomica con la que ya contaba, se escondía un hombre calculador, ambicioso y con un toque humillativo que hacía que los días en casa fueran desesperantes. Si en una semana había cosecha de “guayabas”, por ejemplo, pues esa semana y la siguiente, se tomaría jugo de guayaba en su casa porque era lo más ecónomico en el mercado; ya no tenía tiempo de calidad en casa y Fernanda y su hija, cada día más caprichosas, pero más solas.
Fernanda, decidió hacerse un par de “arreglitos” en el cuerpo y de paso, tomar unas clases de estética para montar su propio spa, pero solo le quedó en ganas, porque ante la falta de disciplina y tener todo lo que necesitaba en casa – ecónomicamente hablando – pues nunca le metió ni compromiso ni ganas a la cosa. La convivencia cada día se volvía más insoportable entre ellos, ella con ese temperamento de locos y él con esa puta actitud de mierda de “soy el de la plata, aquí se compra y se gasta en lo que yo diga y si no le gusta pues ahí está la puerta” ya se podrán imaginar.
Hasta que un día, el tipo le dijo que ya no quería más vivir con ella y que era mejor que ella se fuera de su apartamento, que él se quedaría con la niña por el tema del colegio y que ella podía verla cuando y como quisiera. Así que Fernanda – quien no había sido tan estúpida y tenía ahorrado dinero – decidió irse y empezar de nuevo; conoció a un tipo un par de meses después quien vivía en México y estaba en Colombia por negocios, al año de relación, gustos, viajes, buen sexo y demás, le propuso que se fueran a vivir juntos, y así fue, no tengo muchos detalles al respecto, solo sé que dos años después, Fernanda regresó a vivir con su mamá a Colombia porque no soportó a la mamá del tipo y a su hermana.
A su regreso, Juan Carlos – obviamente – ya tenía una nueva chica en su vida y su dinero crecía como levadura. Pero en un cumpleaños de su hija, Fernanda y él se encontraron, después de un par de whiskeys – porque obviamente la cerveza es muy corriente para ellos – y ya prendidos, decidieron volver e intentarlo de nuevo. Pero las segundas partes, jamás son iguales, más aún, cuando no hay acuerdos entre ambas partes y un par de heridas sin resolver, así que el segundo intento solo duró un par de meses y Juan Carlos amablemente le manifestó que extrañaba mucho a su expareja, pero que tranquila, que se podía quedar con el apartamento que quedaba en el centro de la ciudad, porque él ya había comprado otro en el norte.
Fernanda, dolida pero llena de dignidad y orgullo, intentó un par de veces más relaciones fallidas y sin darse cuenta que el tiempo pasa y jamás se recupera, nunca hizo nada por y para ella; intentó retomar lo de la estética sin ningún resultado satisfactorio; con algunos ahorros hizo un curso de repostería, el cual tampoco le dió resultado y ahora, desesperada, un año después, viviendo de sus ahorros, no tiene nada!
Se despertó de un sueño que ahora es una pesadilla, porque es una mujer completamente dependiente de los hombres, no “puede” hacer nada por si sola y el desespero por la falta de recursos ecónomicos y oportunidades laborales la tienen al borde del desespero.
Entonces, el hecho de hacer vida junto a otra persona, me lleva a perderme como persona? a no realizarme como mujer? depender de alguien te quita el poder ser, te quita libertad y esencia, pero sobre todo, te pierdes tú por depender de alguien que en ninguna parte está escrito estará a tu lado.