Y es que no sé y no logro entender por qué cuando estamos en una relación dejamos de ser nosotras mismas, ¿por qué tenemos que alejarnos de nuestras amistades valiosas, de tener un día para nosotras, para hacernos mascarillas caseras, depilarnos y quedar solo con pelo en la cabeza, cejas y pestañas?, ¿por qué, si amábamos ir a al gym o ver películas y estar en pijama, lo olvidamos todo para adaptarnos al estilo de vida de ellos?

Duré varios meses sin trabajar y, cuando Ana cumplió siete meses, me llamaron de una empresa automotriz para el Departamento de Mercadeo, y allí conocí a mi jefa directa y gran amiga en el presente: Margarita. Debo reconocer que no podía con ella, pero mucho menos con su novio del momento: un tipo (sí, apuesto) director de mercadeo de una prestigiosa marca de ropa y zapatos a nivel mundial, entonces era lo más play y picky de la vida, por lo tanto ella tenía que serlo y eso hacía que yo no la soportara; pero les juro que es un ser humano maravilloso, sencilla, guerrera, amigable, amante del vallenato y el acordeón. El punto es que hicimos un combo súper bacano en la empresa con unos chicos de otro departamento, gente de lavar y planchar, de ir a comer picada, desayunar en panadería, tomar onces en la tiendita, en fin; pero ella, aunque lo disfrutaba, lo hacía a escondidas de su novio. Por siete años, el tipo le decía que cómo era posible que ella se prestara para hacer esas cosas con gente de clase más baja que ella, que ella no estaba para eso… ¡imbécil! Y así, ella dejó de ser para ella para ser para él, (como muchas de nosotras lo hemos hecho). Dejó de salir con sus mejores amigas porque a él no le caían bien, dejó de disfrutar el vallenato, tenía que pedirle que por favor la acompañara a sus reuniones familiares y lo peor de todo es que el tipo creyéndose más que los demás, resultó pidiéndole que se fueran a vivir juntos, después de ocho años de relación ¿y cuánto duró? ¡tres meses! Tres meses donde no se soportaron, donde ya no era tan fácil seguir viviendo sin ti misma, donde vas perdiendo el impulso y quieres escuchar tus canciones favoritas a todo volumen, quieres que tus amigas te visiten y, sobre todo, quieres un equipo, pero el tipo lo que buscaba era una empleada. Si alguna chica que me lee tiene hijos varones, comprometámonos todas a enseñarles a ser caballeros, a vivir en pareja, a amar de verdad, a lo que conlleva construir una familia, no a que esperen como parásitos que nosotras les hagamos todo y ellos solo nos luzcan cuando quieran. 

Alan era tan obsesivo con el aseo que ya me llevaba al desespero, porque habían domingos en que lo único que yo quería era ver películas y caminar descalza por la casa sin barrer, pero él solo quería organizar y organizar y organizar, lo que hacía que nuestros fines de semana se volvieran tan monótonos que nos fuimos olvidando de la vida en pareja, del dedicarnos tiempo de calidad, porque los planes en pareja para él nunca fueron una prioridad y yo sentía que, aunque iba contra mis creencias de vida en pareja, podía entenderlo. Desde que tengo memoria amaba bailar cualquier tipo de música, me la disfrutaba, disfrutaba hacer parrillas con amigos, me encantaban los viajes con ellos, tomar algo en la casa hasta el amanecer y cantar a grito herido para a la mañana siguiente hacer desayuno o correr a la panadería más cercana. Pero Alan no le encontraba gusto a esas cosas; para él, el fin de semana perfecto era hacer aseo, jugar un rato con Ana y acostarnos a ver una película la cual nunca terminábamos de ver porque nos quedábamos dormidos, y fue allí donde pasaban los meses, y no saber qué era salir a una cena con mi esposo, ir a tomar un par de cervezas y reír hasta embriagarse y no saber quién llevó a quien a la casa y al siguiente día, muriéndonos de la resaca, jugar y divertirnos con Ana, así lo que quisiéramos fuera dormir. Esas cosas que te sacan de la rutina, esos planes que amas hacer, ¿en qué momento debes dejarlos a un lado solo porque tienes una pareja y a él/ella no le gustan? 

A mí tampoco me caían bien algunos amigos de él, que eran o quizás siguen siendo, unos idiotas; es más, no soportaba al estúpido de su hermano mayor porque es un cerdo, mal educado, machista de mierda y, aún así, me lo tenía que aguantar. No me gustaba pasar un domingo encerrada limpiando la casa y aún así, lo hacía. Entonces, ¿por qué carajos él no podía ir a bailar con un grupo de amigos míos, donde mi mejor amiga (Vero) —la cual odia— estaba? ¿O por qué no podía acostarse conmigo sin bañarse por lo menos un domingo al mes a ver películas y comer como un par de marranos sin preocuparnos por el desorden? ¿O por qué tuvimos que llegar tarde a las reuniones de mi familia solo porque a él le daba pereza? 

Ese es el punto: una pareja te complementa, una pareja te ayuda a crecer, comparte tus risas y seca tus lágrimas; y eso estuvo tan presente cuando fuimos novios que, después de cinco años de matrimonio, aquellas pequeñas pero significantes cosas, se fueron perdiendo y la rutina —que, como siempre digo, llega pero que sí o sí debemos romperla por lo menos seis veces al año— nos estaba comiendo vivos. Y fue allí, cuando el 6 de abril del 2015 recibí el email que acabó con todo y dos meses después, me ayudaría a descubrir que Alan no era quien yo pensaba que era, y que él no era la víctima del divorcio de una mujer rebelde que no confiaba en él. 

Soy fiel a una relación donde puedo ser yo misma, donde el amor por mí misma sea lo más importante y mi pareja esté ahí para enamorarse más de mí, no para perderme.

— Mia.

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