Empecé ese 2015 con miles de agüeros navideños y muy buena energía, enamorada, convencida de que tenía un punto fijo y que Alan y yo íbamos en la misma dirección. Pasé de ser una simple editora para ser la editora en jefe de una importante agencia de publicidad de la ciudad. Era muy feliz, rodeada de un grupo sólido y leal de “amigos”… ¿qué más podía pedir? Pero, tres meses después, todo se empezó a derrumbar. Para mediados de marzo, el grupo “maravilloso de amigos”, Alan y yo, tratábamos de hacer planes sencillos pero que nos sacaban un poco de la rutina, (no sé a ustedes, pero a mí, la rutina me deprime; Alan, la amaba)… salir a comer después del trabajo, ir a cine, bailar y beber, etc., y en uno de esos planes, uno de los integrantes propuso viajar para las vacaciones de Semana Santa a su ciudad de origen. Yo estaba emocionada pero jamás imaginé que ese sería el principio del final.

Después de eso, la situación con Alan cada día empeoraba; cada vez más distante, siempre cansado, siempre ocupado… mi estrés era evidente y se veía reflejado en mi trabajo. No me malentiendan, amaba mi trabajo, me apasionaba, pero la burbuja donde yo estaba metida me la rompió la vida el día que Alan se fue. Desde ese día, desperté de un golpe. Cada día me sentía más deprimida. Solo quería dormir para no pensar, y hasta tuvimos que mudarnos con mi mamá y mi hija porque yo no soportaba seguir viviendo en esa casa donde Alan y yo solíamos hacerlo. Me aferré a mi trabajo y la rompí, porque creé cosas nunca antes vistas allí con la ayuda de mis compañeros más cercanos. Hicimos ferias y eventos inimaginables… mi lugar de trabajo se convirtió en mi muro de los lamentos. Además, estaba Arturo, mi mejor amigo de la época, un apuesto y joven director de eventos publicitarios de la agencia, con un largo historial de fracasos en el mundo amoroso igual que yo, melodramático pero incondicional. Que levante la mano quien ha tenido un amigo gay y sabe de lo que hablo, él ha viajado por todo el mundo haciendo giras y eventos, pero siempre incompleto y con la fe perdida en que el verdadero amor estaba esperando por él. Juntos decidimos sumergirnos en nuestra vida laboral para no pensar en el desastre sentimental que estábamos viviendo. Por esos días mis mejores amigas, en especial dos de ellas, Verónica y Johana, eran mi paño de lágrimas… telefónicamente hablando, porque ellas vivían a extremos de la ciudad y yo a las afueras. En fin, encontrarnos era todo un proceso.

Verónica es una chica independiente, divina físicamente hablando, trabajadora y emprendedora, pero con una vagina de fácil acceso. Trabaja como independiente desde hace casi diez años y su búsqueda e intento por conseguir un amor que la haga sentir igual que al principio ha sido su reto más grande. Muchísimas veces nos embriagamos llorando por manes que, a la final, uno sabe que no son lo que se está buscando, pero el capricho siempre puede más. Y sobre todo, que las mujeres venimos con un puto chip de creer que, por amor, todos los manes cambian y se convierten, entonces nos pasamos la vida rehabilitándolos. Y ni Verónica ni yo éramos la excepción. 

Yo he sido más bien de vagina selectiva, y no porque solo quiera sexo con manes genéticamente perfectos, sino porque soy una hueva que no puede tener sexo sin “amor” (tienen que ver mi cara al reírme de mí misma escribiendo esto) y siempre me pregunté: ¿Verónica, cómo lo haces?, porque ella, con par aguardientes, ya estaba con el pantalón abajo de las rodillas, pero, pasaban una de dos cosas: o al día siguiente no se acordaba de nada y el man, “por fortuna”, se desaparecía, o se despertaba enamorada. Recuerdo que, en una de esas borracheras, se acostó con un man que a ella ni siquiera le gustaba y se despertó asustada con un gordito querendongo, haciéndole el desayuno y el cual se le instaló en el apartamento por los siguientes tres días; ella ya algo fastidiada no sabía que iba a ser uno de los manes por los que más tusa ha pasado. Terminaron en una relación seria y ella perdidamente enamorada del man, hasta que él, a los 8 meses aproximados de relación, decidió compartir su pene con Vero y unas cuantas más, aunque solo logramos confirmar a una y el tipo vivía con ella. En fin, admiro y amo la perseverancia de mi amiga para abrirse a que llegue el man que es. Y yo, pues seguiría esperando. 

— Mia.
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