agosto 10, 2015

Cuando me di cuenta, Alan ya estaba con sus maletas en la puerta, por segunda vez.

El vacío que se sentía era una mierda, pero yo siempre tuve la estúpida esperanza de que él se devolvería a decirme que lo sentía tanto o más que yo, y que haría lo que fuera necesario para estar a mi lado. Pero, ¿acaso no era evidente pedirle que se fuera? Es irónico ver cómo en tus narices se derrumba todo lo que has logrado, a veces me pregunto qué hubiera pasado si yo hubiera actuado diferente, pero no, no puedo poner en mis hombros toda la responsabilidad de una relación, de una familia y controlar los actos de los demás, eso es un capricho pendejo que aún me cuesta entender y evitar. Años después, pienso en que lo vivido me ha servido para crecer como ser humano y evolucionar, pero no ha sido fácil, como sé que tampoco lo ha sido para muchos que me empiezan a leer; es más, podemos concluir juntos que ha sido coloquial y literalmente un comedero de mierda. 

Era un hit de relación, éramos cómplices, nos conocíamos muy bien, o por lo menos, eso creía yo. Él era el típico chico que toda madre quiere para sus hijas: buen amigo, preparado, creyente a ciegas en el amor y el matrimonio para siempre. Romántico empedernido e incondicional, pero, sin yo saberlo, también era un cínico de mierda. 

Ese día por alguna extraña razón yo me sentía muy fuerte, sentía que no había vuelta atrás y que era el inicio de un nuevo comienzo; pero eso tan solo me duró un par de horas. En la noche, la soledad empezó a pegar y duro. Miraba mi celular constantemente esperando un mensaje de él o de cualquiera que me quisiera decir que todo iba a estar bien y fue cuando empezó (sin darme cuenta) el largo y fuerte camino que tuve que cruzar para aprender a estar conmigo, sola, y eso, eso si que es toda una maestría, más bien, un doctorado. 

¿Quedaron muchas preguntas por responder o esa vaina solo estaba en mi cabeza? ¿Era yo inventándome una historia que nunca fue tan real? Qué duro y verraco es el divorcio, pero yo estaba convencida de que era la mejor decisión para mí y para Ana, mi hija, quien es lo más importante en mi vida. 

Río irónicamente mientras recuerdo ese día porque muchos prometieron que no estaría sola, que era lo mejor para todos pero cuento con una mano los que realmente no juzgaron y permanecen. Es cierto el dicho de las abuelas, ese que dice “nadie sabe lo que se vive debajo de las cobijas” y yo no solo doy fe de eso, sino que estoy convencida que nadie es víctima de nadie. El divorcio, así como la boda, es responsabilidad de dos partes… Omar, un “amigo” nuestro en común, del cual les contaré más adelante, me enseñó que las siguientes palabras, por alguna razón, terminan en las mismas tres letras: casados, comprometidos. Si, es de dos, una relación es de dos. Permites que te hieran, hieres, amas, te aman, odias, te odian, sufres pero no te hacen sufrir... son decisiones independientes.

— Mia.
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